Eutanasia, más allá de las valoraciones religiosas

” Un fracaso de la sociedad. En cambio, debemos fortalecer los cuidados paliativos, el acompañamiento espiritual y familiar, y toda política que promueva una cultura de la compasión y del respeto por la vida hasta su fin natural”.

En el trasfondo de los argumentos de los parlamentarios que la aprueban está la prioridad que tendría la autonomía personal por sobre la visión de la antropología cristiana. Esto es falso. Las razones son universales. El proyecto permite directamente quitar la vida a una persona. El sentido común muestra que la vida es un don y nadie es dueño absoluto de su existencia, ni siquiera uno mismo. Nuestro deber es custodiar la propia y la ajena, en especial en medio del sufrimiento.

Ya en la antigüedad precristiana se comprendía esta verdad. Cicerón recordaba: no hemos nacido solo para nosotros mismos, sino también para el bien de los demás.

Aristóteles escribió: “El que se da muerte a sí mismo voluntariamente obra injustamente contra la ciudad, pues sufre una pérdida que no es conforme al bien común”.

Platón dijo: “El hombre está en una especie de prisión, y no debe escapar de ella ni huir, sino esperar hasta que Dios lo libere”.

El Dalai Lama afirma que “toda vida es preciosa” y que se debe evitar la eutanasia; sin embargo, reconoce que el sufrimiento puede generar preguntas complejas, aunque nunca justifica la acción de matar.

El Corán afirma que “a Él pertenece la vida y la muerte” y que “nosotros no tomamos la vida del ser humano, sino que Alá la otorga y la quita”.

La Torá establece principios claros que la tradición rabínica traduce en una prohibición tajante de cualquier acción que tenga como fin provocar deliberadamente la muerte de una persona para aliviar su sufrimiento.

Séneca exhortaba: “vivir es combatir”, señalando que el sufrimiento forma parte de la grandeza de la vida humana.

San Agustín enseñó: “No se debe quitar la vida, ni a otro ni a uno mismo, ni por ninguna causa. El que se quita la vida no escapa a la miseria, sino que la aumenta, pues se priva de la oportunidad de arrepentirse” y “no matarás al hombre, ni a otro ni a ti mismo: pues el que se mata a sí mismo, mata a un hombre”.

El suicidio es ilícito por tres motivos, escribió Tomas de Aquino: Es contrario al amor natural de sí mismo; perjudica a la comunidad de la que el hombre es parte y ofende a Dios.

Se conocen las derivas que toman estas leyes. Desde una restricción extrema, hasta una apertura que considera que si alguien ya siente su vida “completa” puede ponerle fin. La jurisprudencia luego va ampliando la interpretación hasta permitir el suicidio.

¿Qué responsabilidad tienen en esta deriva los legisladores que aprobaron la eutanasia?

Ante el sufrimiento, la respuesta cristiana no es eliminar al que sufre, sino acompañarlo con amor, aliviar su dolor y hacerle sentir que su vida sigue teniendo un valor inconmensurable. Legalizar la eutanasia significa enviar un mensaje a los más vulnerables: que su vida no merece ser vivida. Un fracaso de la sociedad. En cambio, debemos fortalecer los cuidados paliativos, el acompañamiento espiritual y familiar, y toda política que promueva una cultura de la compasión y del respeto por la vida hasta su fin natural.

+Juan Ignacio González Errázuriz
Obispo de San Bernardo

Fuente: El Mercurio, 5 de septiembre de 2025 A2