Eutanasia o derecho a matar

El Presidente de la República, llamado a ser garante de los derechos de todas las personas, ha dispuesto la discusión inmediata  en el Congreso de un proyecto de ley que permita la Eutanasia, es decir una intervención deliberada para poner fin a la vida de una persona, cuando se dan ciertas circunstancias que indican la incapacidad de sobrevida en razón de una enfermedad. Todos entendemos que no es lo mismo dejar morir que matar. Lo primero es seguir el curso natural de una existencia que se acaba. Lo segundo es una acción directa para detener el desarrollo de una vida, de manera totalmente efectiva.

Existe un precepto ético universal que prohíbe siempre matar a un inocente y que no admite nunca una excepción. Si el sufrimiento de una persona fuera motivo suficiente para hacer una excepción, correríamos el riesgo de aplicarlo a otras situaciones y así quedaría en manos nuestras decir cual vida es más valiosa que otra. Se puede decir, contrariando la opinión de algunos bioéticos, que no se pueden equiparar estas dos realidades: matar, que es aquella acción por la que intencionadamente se pone fin a una vida mediante un fármaco y dejar morir, que se puede configurar como una adecuación o limitación del esfuerzo médico, por el cual se retiran algunos medios o terapias porque son ineficaces o desproporcionados a la situación clínica de un paciente. En esto último no hay una acción directa de alguien que cause la muerte de esa persona. En resumen, una ley que permitiera matar, es siempre mala, injusta y aberrante, porque nunca hay un matar que pueda ser bueno.

Pero, ¿acaso una persona puede disponer libremente de su vida para terminarla? En nuestro idioma ello se llama suicidio que “es quitarse violenta y voluntariamente la vida” (RAE). Algunos contestan que si no hay causa verdadera que lo motive, es siempre reprochable. Habría otros casos en que resultaría aceptable, como es la realidad de ciertas enfermedades que conducen inexorablemente a la muerte y que provocan sufrimiento y dolor. Se crea así – legalmente – una excepción al principio universal del respeto y cuidado a la vida y también que se puede ir contra el instinto innato en cada persona de pervivir, conservar, poseer y perfeccionar la propia vida. Esto es siempre contrario a la ética.

La Iglesia en su enseñanza tiene perfecta claridad acerca de la Eutanasia. “Por tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de rechazar y excluir siempre” (Decl. Iura et bona). Un cristiano tiene derecho a no cumplir una ley que por su naturaleza misma es injusta y contraria al bien común.

+Juan Ignacio