Los santos que nos hablan

Con la llegada del mes de junio, el calendario nos trae muchas fiestas y celebraciones litúrgicas que deben marcar nuestro caminar eclesial y que no advertimos suficientemente. De alguna manera en una sociedad secularizada como la nuestra, la fiesta religiosa ha ido perdiendo su sentido y desapareciendo del horizonte de muchas personas y comunidades, sustituidas, muchas veces, por otras celebraciones cuyo origen no siempre es tan claro o sus motivaciones tan altruistas. Una sociedad de consumo, un tanto desbocada, tiende a apagar lo esencial para dar lugar a nuevas y cada día más atractivas incitaciones a comprar.

Pero los tiempos y fiestas de la liturgia de la Iglesia son como un camino que nos permite recorrer los grandes acontecimientos de nuestra salvación. “La santa Madre Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de salvación de su divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año. Cada semana, en el día que llamó ‘del Señor’, conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo… Al conmemorar así los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación” (SC 102).

Desde la celebración de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (5) y del Sagrado Corazón de Jesús (11), junto al Inmaculado Corazón de María (12), terminando en la gran fiesta de San Pedro y San Pablo (29) desfilan ante nosotros este mes, trayéndonos el recuerdo de momento sublimes de nuestra fe. Y cada día se nos propone el recuerdo de un santo que nos muestra su figura ejemplar como aliciente para nuestra propia vida. Pensemos, por ejemplo, en San Justino, mártir, (1) que, como filósofo, siguió íntegramente la auténtica sabiduría conocida en la verdad de Cristo, la cual confirmó con sus costumbres, enseñando lo que afirmaba y defendiéndola con sus escritos. Al presentar al emperador Marco Aurelio, en Roma, su “Apología” en favor de la religión cristiana, fue conducido ante el prefecto Rústico y, por confesar que era cristiano, fue condenado a la pena capital el año 165. O en San Bonifacio (5) Patrono de Alemania, obispo y mártir, a quien el papa san Gregorio II le ordenó obispo y lo envió a Germania para anunciar a aquellos pueblos la fe de Cristo, donde logró ganar para la religión cristiana a mucha gente. Fue Obispo de Maguncia y hacia el final de su vida, al visitar a los frisios, en Dokkum fue asesinado por los paganos (754). O el Diacono San Efrén, Doctor de la Iglesia, que primero enseño en Nísibe, su patria, pero cuando los persas invadieron se trasladó a Edesa, donde, inició una escuela teológica, ejerciendo su ministerio con la palabra y los escritos. Célebre por su austeridad de vida y la riqueza de su doctrina y por los himnos que compuso que le merecieron ser llamado cítara del Espíritu Santo (373). Celebramos también a un apóstol del Señor, San Bernabé (11), varón bueno, que formó parte de los primeros creyentes en Jerusalén y predicó el Evangelio en Antioquía e introdujo entre los hermanos a San Pablo, recién convertido. Con él realizó un primer viaje por Asia para anunciar la Palabra de Dios, participó luego en el Concilio de Jerusalén y terminó sus días en la isla de Chipre, su patria, sin cesar de difundir el Evangelio. Un santo político, muy del momento, nos viene de la mano con Tomás Moro y Juan Fischer, (22) a quienes quitó injustamente la vida el Rey Enrique VIII por ser fieles a la fe de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio. Ambos fueron encarcelados en la Torre de Londres. Juan Fischer, obispo de Rochester, conocido por su erudición y por la dignidad de vida. Tomás Moro, padre de familia, de vida íntegra, presidente del consejo real, por mantenerse fiel a la Iglesia Católica murió el día 6 de julio de 1535. El 24 llega la fiesta del nacimiento de San Juan Bautista, Precursor del Señor, que estando aún en el seno materno, al quedar éste lleno del Espíritu Santo, exultó de gozo por la próxima llegada de la salvación del género humano. El 27 nos recuerda a San Cirilo de Alejandría, obispo y doctor de la Iglesia, en Egipto, que mantuvo íntegra la fe católica, y en el Concilio de Éfeso defendió los dogmas de la unidad de persona en Cristo y la divina maternidad de la Virgen María (444).

Cuanta riqueza podríamos aprender y cuantos ejemplos seguir, si tuviéramos un tiempo para recorrer la historia de la Iglesia y los hombres y mujeres que la han jalonado en dos mil años. Todos tenemos en esto una tarea pendiente. Lo santos hablan, nosotros deberíamos escuchar.

+ Juan Ignacio