¿Cómo ver al Niño y no un niño?

Siempre la llegada del Señor en el pesebre de Belén es motivo de alegría y esperanza, de saber que ese Niño es el Dios con nosotros, que nos acompaña, nos guía nos consuela y nos salva. Pero quien no se da cuenta que este año hay algo especial. En medio de las zozobras, temores y angustias que los hechos públicos han provocado, con su seguidilla de destrucción y violencia, agregado a ello la pandemia que no cede, nuestro mundo y nuestra Patria se debate en medio de grandes incertidumbres.

Y unos y otros, el alejado y el cercano, el que no cree y el creyente, todos, hemos vuelto la vista al cielo, buscando al Dios con nosotros, que ahora se hace un pequeño niño y nace sin nada, en un pesebre de animales, rodeado de su Madre María y de San José, de pajas quizá sucias, alimañas del campo, moscas y otros bichos, que ninguno de nosotros aceptaría como compañía. Ahora que muchos han experimentado la pobreza del no tener, la inseguridad frente al futuro, la enfermedad que no cede y la peste que acecha aquí y allá, miramos a este Niño y nos damos cuenta de su grandiosa enseñanza.

El pesebre es una cátedra donde nosotros aprendemos todas las lecciones, pero para poder comprender al Maestro que allí enseña hay que mirarlo con los ojos de la fe, que es un don que debemos pedir. Si no, sólo verás una bella postal, un pesebre, un lugar hecho con amor, pero no verás a Dios. Es quizá el problema más grave de nuestro mundo actual. “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron”, dice San Juan (1-11). Y entonces la Navidad comenzó a perder su sentido esencial, el asombro del Dios con nosotros y se fue transformando en un acontecimiento humano, una fiesta mundana, donde las luces y los regalos, nos han ido haciendo olvidar lo esencial.

Ahora, agobiados por los acontecimientos e incertidumbres, como el hijo pródigo que se alejó de la casa paterna y malgastó la herencia hasta quedar en la ruina, el hambre y la soledad, no nos queda otro camino que volver al portal de Belén, acercarnos humildes, como los pastores, guardar silencio como el buey y el asno y respetar la misteriosa presencia de Dios en nuestro mundo, porque “donde no está Jesús, se encuentran pleitos y guerras; pero donde está presente, allí todo es serenidad y paz”, escribió Orígenes. Pleitos, divisiones, guerras, exclusiones y discriminaciones, que tan certeramente constata el Papa Francisco en su reciente Encíclica Fratelli tutti, tienen su causa directa en no ver al Niño, a Dios con nosotros, en el portal de Belén.

Quizá algunos se pregunten ¿y cómo se hace para volver a “ver” al Niño? Sólo hay un camino, la ruta del humildad que se expresa en la sencilla petición a Dios, porque al misterio de la Encarnación no se llega por la cabeza, la ciencia y la sabiduría humana, sino por el humilde apocamiento de quien se da cuenta que es una criatura que reconoce la grandeza de su Dios. Para hacernos más fácil esta vuelta a Él, se hace un Dios-niño y crece, vive, camina, sufre y muere por nosotros, pagando con su vida el precio de nuestros pecados e infidelidades.

“Natividad es la gran fiesta de las familias. Jesús, al venir a la tierra para salvar a la sociedad humana y para de nuevo conducirla a sus altos destinos, se hizo presente con María su Madre, con José, su padre adoptivo que está allí como la sombra del Padre eterno. La gran restauración del mundo entero comenzó allí, en Belén; la familia no podrá lograr más influencia que volviendo a los nuevos tiempos de Belén”, escribió el Papa San Juan XXIII.

Pidamos con humildad a María y a José, que nos permitan acercarnos con asombro al pesebre y que al ver al niño veamos a Dios con nosotros, y nos traiga La Paz y la Alegría a un mundo que se quiere olvidar de El. Comprometámonos con la campaña parroquial Caja de Navidad, que permitirá a nuestras familias más necesitadas celebrar al Niño Dios.