Un dieciocho distinto y familiar

Tendremos unas celebraciones del aniversario de la Independencia Nacional diferentes. La fiesta y el repicar de las cuecas y tonadas, con los consabidos brindis y otras menudencias, será sustituido por las expresiones de alegría en el ámbito familiar. No veremos los desfiles cívicos y militares acostumbrados, ni vibraremos con la Parada Militar en el Parque O´Higgins. La pandemia, las restricciones y los sufrimientos que la misma ha impuesto a tantas familias, muchas de las cuales han perdido algún familiar en estos meses, nos hará expresar de otra manera el amor a Chile y a sus costumbres. Será una celebración sobria y mas silenciosa. Pero eso no significa que por dentro nuestro corazón no se levante en acción de gracias a Dios por el país que nos ha regalado. En todas las ciudades y en nuestras parroquias y capillas se celebrará el clásico Te Deum, tal como lo dispusieron hace ya centurias los generales             O´Higgins y Carrera, al inicio de nuestra vida como nación independiente.

Estas circunstancias diversas nos permitirán volver a pensar de nuevo en la Patria y la tierra que nos pertenece y recordar los grandes dones que Dios nos ha concedido, que no se ven amagados por momentos de dificultad, propios de nuestro caminar común. Quizá esta realidad diversa nos hará apreciar mejor nuestra propia familia, los hijos y los nietos, el amor a nuestros antepasados vivos y difuntos y la necesidad de cuidar la nación en la que vivimos.

Volverán a nuestro pensamiento las célebres palabras de San Alberto Hurtado, hace ya décadas: “¡Cómo no agradecer a Dios aun aquello que tal vez pudieran algunos lamentar como una desgracia: la resistencia de nuestra tierra a entregar sus riquezas! En el norte, el salitre en medio del desierto; en el centro, la agricultura entre ásperas montañas que ha sido necesario a veces horadar para hacer llegar el agua de regadío; en el sur, los bosques vírgenes que han debido caer para abrir paso a las vías de comunicación, para roturar las tierras; en el sur, en tierras inclementes barridas por los vientos pacen nuestros ganados; debajo del mar, yace nuestro carbón; y aun allá en el último confín del globo, en las nieves eternas, hay riquezas que pueden traer bienestar al hombre, confiadas por Dios a Chile, y allí montan guardia, junto al Pabellón Nacional, un grupo de nuestros compatriotas que preparan una nueva página de nuestra historia. Una Nación, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua, o sus tradiciones, es una misión que cumplir. Y Dios ha confiado a Chile esa misión de esfuerzo generoso, su espíritu de empresa y de aventura, ese respeto del hombre, de su dignidad, encarnado en nuestras leyes e instituciones democráticas”.

Chile sigue siendo un lugar de bendiciones, pero quizá sus hijos nos hemos ido olvidando de Dios, de nuestra propia historia y de los hombres y mujeres que nos hicieron grandes. Cuando ello ocurre, se nubla la vista de la patria y los ojos no ven lo verdadero y lo bello que hay en las personas, en las cosas, en nuestros paisajes y en la solidaridad y el amor mutuo, más allá de las naturales diferencia que puedan existir entre nosotros. Otro chileno, Enrique Mac-Iver, amante de su patria, desde una vertiente diversa, escribió en 1900: “se nota un malestar que no es de cierta clase de personas ni de ciertas regiones, sino de todo el país y de la generalidad de los que lo habitan. La holgura antigua se ha trocado en estrechez, y la energía para la lucha de la vida en laxitud, la confianza en temor, las expectativas en decepciones: el presente no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen la intranquilidad”.

Es verdad, hoy en el mundo y en Chile hay un malestar que es notorio. Sus causas son difíciles de sintetizar, pero la manera de salir del mismo no es con odio, rencor o violencia, sino amando la Patria que tenemos, volviendo a reconocer la centralidad de Dios en todo y amando a todos los compatriotas, más allá de las diferencias. Este es el camino de Chile hoy, el mismo que recorrimos ayer y que hoy hemos perdido…pero podemos recuperar.

+Juan Ignacio