Para que Chile siga siendo una nación cristiana: Oración, Ayuno y Penitencia, la Santa Misa y el rezo del Santo Rosario

Publicamos la carta pastoral de Monseñor Juan Ignacio González con ocasión de la reciente celebración de la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, frente a los acontecimientos que se viven en el país y nuestros principios cristianos.

Para que Chile siga siendo una nación cristiana: Oración, Ayuno y Penitencia, la Santa Misa y el rezo del Santo Rosario.

1. El Reinado de Cristo en los corazones.
Con ocasión de la reciente celebración de la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, creo oportuno hacer algunas consideraciones acerca del momento que vive nuestra Patria y el aporte esencial que como católicos debemos hacer para que Chile siga siendo una nación fundada en los principios cristianos, donde verdaderamente pueda reinar Jesucristo. Enseña San Agustín que “Cristo no era Rey de Israel para imponer tributos, ni para tener ejércitos armados y guerrear visiblemente contra sus enemigos; era Rey de Israel para gobernar las almas, para dar consejos de vida eterna, para conducir al reino de los cielos a quienes estaban llenos de fe, de esperanza y de amor”1 .

Sabemos – como enseña el Catecismo – que “el Reino no se realizará mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap20,7 -10) que hará descender desde el Cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2 – 4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2P 3, 12 – 13)”.2

Ninguno de nosotros puede olvidar que en este peregrinar terreno hacia la plenitud del Reino, vamos acompañados por nuestra naturaleza herida por el pecado original y elevada por la gracia que nos ganó Cristo con su vida, pasión y muerte. Como nos enseñó el Concilio Vaticano II “cuando la realidad social se ve viciada por las consecuencias del pecado, el hombre, inclinado ya al mal desde su nacimiento, encuentra nuevos estímulos para el pecado, los cuales sólo pueden vencerse con denodado esfuerzo ayudado por la gracia. 3

2. Los medios para vencer el mal son espirituales.
Es preciso, por esto, emplear las verdaderas armas para vencer en mal que anida en nuestros corazones y en el de muchas personas, pues los problemas espirituales tienen también soluciones espirituales, sin perjuicio de las medidas que deben adoptar la diversas autoridades temporales. Nada lograremos con cambiar las estructuras humanas, si no permitimos que Dios nos cambie nuestro interior, tal como enseña la Escritura: “cambiad vuestros corazones, no vuestras vestimentas”.4

Esas armas espirituales son la oración, el ayuno y la penitencia. Son siempre eficaces y mueven el corazón de Dios a la misericordia y encaminan el nuestro hacia El.

“Oración mental es ese diálogo con Dios, de corazón a corazón, en el que interviene toda el alma: la inteligencia y la imaginación, la memoria y la voluntad. Una meditación que contribuye a dar valor sobrenatural a nuestra pobre vida humana, nuestra vida diaria corriente”5 . Hemos de aprender a tratar al Señor a través de la oración mental -esos ratos que dedicamos de modo exclusivo a hablarle calladamente de nuestros asuntos, a darle gracias, a pedirle ayuda…- y mediante la oración vocal, quizá también con oraciones aprendidas de pequeños de nuestra madre. La más alta aspiración del hombre es poder hablar con Jesús, hacer oración. Pero la oración supone confianza, veneración y respeto.

“El ayuno fortifica el espíritu, mortificando la carne y su sensualidad; eleva el alma a Dios; abate la concupiscencia, dando fuerzas para vencer y amortiguar sus pasiones, y dispone el corazón para que no busque otra cosa distinta de agradar a Dios en todo” 6. La Iglesia desde los primeros tiempos conservó la práctica del ayuno, en el espíritu definido por Jesús. Los Hechos de los Apóstoles mencionan celebraciones de culto acompañadas de ayuno (cfr. Hch 18, 2 ss; 14, 22). San Pablo, en medio de su labor apostólica, no se contenta con sufrir hambre y sed cuando las circunstancias lo exigen, sino que añade repetidos ayunos (cfr. 2Co 6, 5; 11, 27).La Iglesia ha permanecido fiel a esta tradición, procurando mediante el ayuno disponernos a recibir mejor las gracias del Señor. Hemos de practicarlo con fe, acompañado de oración, sabiendo que estamos haciendo algo muy grato a Dios.

“Penitencia, significa el cambio profundo de corazón […]. Pero penitencia quiere también decir cambiar la vida en coherencia con el cambio de corazón, y en este sentido el hacer penitencia se completa con el de dar frutos dignos de penitencia (cfr. Lc 3, 8); toda la existencia se hace penitencia orientándose a un continuo caminar hacia lo mejor (…) La penitencia es, por tanto, la conversión que pasa del corazón a las obras y, consiguientemente, a la vida entera del cristiano7 .

Todos queremos que el Señor nos conceda mantener nuestra Patria en los principios propios de la fe cristiana, en los que nació, se fundó, y que le han dado su grandeza. Para ello es necesario seguir – personal y comunitariamente– estas sendas de la oración, el ayuno y la penitencia, pues sólo así el Señor nos concederá la conversión y nuestros corazones serán capaces de abrirse a su gracia, incluso los de aquellos que parecen completamente lejanos y cerrados a ella.

3. Las armas principales para restablecer la paz.
Nuestras armas principales para dar a nuestra vida y al mundo la paz de Cristo en el Reino de Cristo, serán la asistencia a la Santa Misa, en especial el Domingo y el rezo del Santo Rosario, tal como lo pidió la Santísima Virgen en Fátima:“Rezad el Rosario todos los días, para traer la paz al mundo y el final de la guerra”8 .Tiene particular importancia el que en cada familia, parroquia comunidad se rece el Santo Rosario y en especial antes de la celebración de la Santa Eucaristía, con invocaciones especiales al Sagrado Corazón de Jesús. Pido también a todos rezar con mayor fervor la Oración a San Miguel Arcángel después del la Misa y, según la devoción de cada uno, en otros momentos.

Para el ayuno, pido a todos dedicar un día de cada semana a realizar un sacrificio personal en relación con la comida y la bebida, ofrecido por los pecados de cada uno y los del mundo entero e implorando la pacificación de los ánimos y la conversión de todos, en especial de los violentos. Nuestras penitencias serán según el querer de la Virgen en Fátima: “Os ofreceréis a Dios y aceptaréis todos los sufrimientos que Él os envíe, en reparación por todos los pecados que Le ofenden y por la conversión de los pecadores”.

Las circunstancias que vivimos pueden provocar en muchos de nosotros el temor y la angustia. Para no dejarse llevar abatir es necesario orar y transformarlo en un auténtico temor de Dios. Enseña San Agustín que “el temor de Dios repele el temor del infierno porque hace que el hombre huya del pecado y multiplique sus buenas obras. Tras lo cual llegará a aquel temor que se llama santo y permanece para siempre (Sal 19, 10), porque está fundado en el amor”9 .

Preparemos interiormente y con el rezo del Mes de María la Consagración de nuestra Diócesis a la Virgen María que haremos – juntos a todos los católicos de Chile – el 8 de diciembre próximo, al celebrar la Solemnidad de la Inmaculada Concepción.

Confiemos en Dios y pongamos en los brazos maternales de la Virgen María, Madre y Reina de Chile, la pacificación de nuestra nación, para que vuelva el orden y la tranquilidad a nuestra vida y comprometamos a vivir una mayor entrega a Dios y al prójimo, especialmente a los que sufren en razón de los momentos trágicos que estamos pasando.

+Juan Ignacio González Errázuriz
Obispo de San Bernardo

San Bernardo, 27 de noviembre de 2019

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Citas:
1 Trat. Evang. de San Juan, 51, 4
2 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 677
3 Gaudium et spes, 25
4 Joel 2,13
5 J. Escrivá, Es Cristo que pasa, 119
6 San Francisco de Sales. Sermón sobre el ayuno
7 San Juan Pablo I, Exhortación Apostólica. Reconciliatio et poenitentia, n. 4
8 Aparición del 13 de mayo de 1917
9 San. Agustín, Sermón sobre la humildad y el temor de Dios.